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Jubileo de Diamante de Isabel II

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Sólo la reina Victoria ha ocupado el trono británico más años que Isabel II. Los festejos jubilares que se han ido celebrando a lo largo del 2012, con los actos centrales del verano, han puesto de manifiesto la buena salud de la que goza la monarquía británica y, particularmente, la adhesión del pueblo a su reina. Ella es el claro ejemplo de la continuidad de la monarquía más allá de las vicisitudes de la política: doce jefes de gobierno se han ido sucediendo mientras que la primera institución del estado ha permanecido inalterada.  

 La hija mayor del rey Jorge VI, la princesa Isabel, se encontraba de viaje en Kenya junto a su marido, aquel 6 de febrero de 1952, cuando su padre falleció. Las imágenes captadas por las cámaras de televisión, cuando fue recibida por Churchill a su llegada al aeropuerto de Londres, muestran ya algunos rasgos de lo que será su carácter a lo largo de los sesenta años de su reinado. Al abrirse la puerta del avión, aparecía una mujer que, a pesar de su juventud – contaba veinticinco años de edad – y de la gravedad del momento que estaba viviendo, había sabido imponerse con dignidad al dolor, consciente de que su deber en ese momento era asumir la Jefatura del Estado, la Corona que la historia le había encomendado. Era aquél un carácter decidido y sólido que ha sido un exquisito compañero para el largo reinado de Isabel II.

Ha necesitado de él para superar con acierto los no pocos problemas que, como reina, ha tenido que afrontar, y también aquellos que han concernido su ámbito familiar. Las separaciones en el seno de su familia, especialmente la de su hijo y heredero Carlos, el triste final de la que fue Princesa Diana, algunos sonados traspiés de sus nietos… fueron motivos de disgusto o incluso abierto dolor para la reina. Sin embargo, les hizo frente con valentía y con sentido del deber. Su mensaje televisado para el país, tras la muerte de Diana sirvió para reconducir las relaciones que se habían enfriado entre un pueblo que no supo comprender su postura, y una reina que no alcanzó a calibrar el alcance sentimental que la pérdida de Diana tuvo para los británicos, que sólo habían conocido la faceta humanitaria, amable y cercana de la que fue bautizada como la Princesa del pueblo.

Tras la muerte de su padre, la reina Isabel no se convirtió sólo en Jefe del Estado del Reino Unido y de otros quince reinos de la Commonwealth, sino que además habría de ser reconocida como cabeza de la propia Commonwealth, organización que, englobando en la actualidad 54 países, quedó configurada en 1949, cuando la India – que acababa de conseguir su independencia y convertirse en una república – solicitó seguir formando parte de esta mancomunidad de naciones, aceptando al rey británico como el “símbolo de la libre asociación de sus miembros”. Una vez desaparecido el dominio efectivo del Reino Unido sobre los territorios de lo que fue el Imperio Británico, muchos de esos nuevos estados – un buen número de repúblicas entre ellos – han sabido apreciar el papel de arbitraje y cohesión que la Corona encarna. Por ello, manteniendo su independencia y soberanía, han decidido formar parte de esta organización supranacional que juega un importante papel social y político y cuyo liderazgo es ejercido por la Corona británica. La reina, al igual que otros miembros de la Familia Real británica, desempeña sus funciones de nexo personal y símbolo humano entre los pueblos miembros a través de visitas a los diferentes países, encuentros con los altos responsables de la Commonwealth a través de los cuales se mantiene informada de sus acciones y programas. Es ella la que preside las cumbres de los jefes de gobierno de los países miembros, y sus mensajes de Navidad y del Día de la Commonwealth son difundidos y acogidos en estos países.

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Con motivo del Jubileo de Diamantes de Isabel II, el diario francés Le Figaro ofrecía un titular elocuente: “La lección de los ingleses, unidos alrededor de su reina”. No era simplemente la expresión cristalina de lo que todos pudimos ver que acontecía en las calles de Londres, invadidas por interminables multitudes que aclamaban a su reina con la euforia reservada a las estrellas de la música y del cine. El periódico francés recogía el sentido profundo de aquellas manifestaciones. Para los británicos, la reina es antes que nada el elemento real que simboliza la unidad, el todo que conforma el pueblo británico. No sólo festejaban un aniversario individual, se trataba más bien de una fiesta colectiva en tanto que el pueblo británico – con escasas excepciones – se identifica con su reina al igual que lo hace con la Union Jack o con la libra esterlina: la Corona forma parte de su identidad como británicos.

Zorann PETROVICI